En la parashá de esta semana se produce un “cambio de guardia” en la historia bíblica. La primer pareja, constituída por Abraham y Sará, dejará subir al escenario bíblico a su hijo Yitzjak, el cual construirá una casa sobre los basamentos éticos y morales, siguiendo la línea de sus padres. Su socia, en su vida y en su misión será Rivka, hija de Betuel Haaramí. 

Yitzjak inaugura el primer eslabón de una cadena transgeneracional de la herencia y tradición judías. Ahora, cabe preguntarse, ¿cómo hizo Sará Imeinu (nuestra matriarca) para lograr que su hijo Yitzjak mantuviera sus valores? ¿Cómo hizo para que la casa “del continuador de su camino” se basara en pilares hebreos sólidos? (Tarea nada fácil para una madre judía, hasta el día de hoy…)

Sucede que Sará fue una mujer muy especial. Nuestra matriarca muere en “Kiriat Arva, o sea en Jebrón, en la Tierra de Canaán” a la edad de 127 años. Este es un buen momento para ahondar en su vida y para resumir su grandeza. La Torá lo hace mediante un versículo corto, con palabras sueltas, pero que lo dicen todo: Y vivió Sara cien años, y veinte años y siete años”.

Es un tanto extraño que aparezcan separadas las centenas, las decenas, y luego las unidades, ya que esto nos haría pensar en poca unidad o poca armonía.

No obstante, Sará fue una mujer armónica. Durante sus 127 años, no se le encuentran máculas, sino una fuerza espiritual poco común y una completud particular. Todos sus años de vida se concentran en el momento de su muerte como una unidad indivisa,  sin rajaduras ni contradicciones.

Su conocimiento, su fe y la grandeza de su corazón dominaron todas sus acciones desde una edad temprana, y siguieron guiando sus acciones aún en la vejez. Nunca se dejó ganar por las difíciles circunstancias, fuera cual fuera la dificultad. Su vida espiritual era independiente, y descansaba en el regazo de su gran fe. Todas las tormentas que enfrentó, no la desmoronaron.

Sará, que fue tomada por el Faraón (cuando tuvieron que abandonar la tierra de Canaán en un período de hambruna) fue la misma Sará que luego anduvo nómade con su esposo Abraham con la esperanza de establecerse en la tierra de Canaán.   Es la misma Sará que acordó con su esposo que, puesto que ella no podía dar a luz, Abraham tuviera un hijo (Ishmael) con la egipcia Hagar. Es la misma Sará que luego exigió su expulsión [de Ishmael] y la de su madre…

Es la misma Sará, que a pesar de haber llegado a la senectud, nunca perdió la esperanza de tener un hijo, el cual, finalmente le fue concedido. “Vos con la promesa”, le dijo a Abraham (así como aparece en el Midrash) “Y yo con la fe”. “A ti D-s te prometió un hijo y yo creo, yo tengo fe, que así será, habrá un nacimiento”. La fuerza de la fe, de la creencia es muy grande, a tal punto que sobrepasa a la realidad cuando los acontecimientos son contrarios a ésta.

“Todos (los años de la vida de Sará) son buenos”.  Sará es un símbolo de un espíritu independiente y libre, de un espíritu valiente, que no se deja avasallar por los avatares y las vicisitudes de la vida. Que no se deprime cuando la realidad es difícil y le pone obstáculos permanentemente. Sino, todo lo contrario. Justamente, las dificultades y las frustraciones la hacen crecer  como persona, la refuerzan.

Sará no se deja ganar por las circunstancias, porque tiene algo más fuerte: tiene la fe, tal como se lo dice a Abraham en el midrash. Tal vez eso es lo que falta hoy, tener fe, y tratar de enfrentar los obstáculos con las esperanza que vendrán tiempos mejores.