Nuestra parashá comienza con la siguiente descripción: Y se le apareció D-s en el encinar de Mamré, estando él sentado a la puerta de la tienda, cuando [más se sentía] el calor del día. Y alzó la vista y he aquí que vio a tres hombres que estaban junto a él, y cuando los vio se adelantó a ellos desde la entrada de la tienda y se prosternó rostro a tierra. Y dijo: “Oh, Señor, si he hallado gracia a Tus ojos, te ruego que no pases de largo de tu siervo. Les ruego tomen un poco de agua y laven vuestros pies y se reclinen bajo el árbol. Traeré un bocado de pan para que sustenten vuestros corazones. Después podrán seguir vuestro camino, pues por eso pasaron cerca de vuestro siervo”. Y ellos contestaron: “Haz, pues, como dijiste”. Entonces, corrió Abraham a la tienda y le dijo a Sará: “Apresúrate, (…) haz tortas (…) Y tomó manteca y leche y el ternero que preparó y lo presentó ante ellos. Y él permaneció bajo el árbol junto a ellos mientras comían” (vers. 1-9)
He aquí que aparece la figura de Abraham, así como fue fijada en el registro del pueblo. Un hombre de buen corazón, que atiende a los huéspedes y los honra con toda su voluntad, preocupándose por saciar todas sus necesidades.
Abraham se ocupó de este precepto (recibimiento de huéspedes o, en hebreo, Hajnasat Orjím) desde una edad temprana y lo transformó en una piedra fundamental en la construcción de su vida espiritual. Él vio en esa mitzvá una misión, una tarea que surgía de su fe en D-s, creador del universo, proveedor de todo lo bueno que él poseía.
En ese proceso constante de autoformación, Abraham transformó esa cualidad en una característica de su forma de ser. Son muchos los midrashím que describen su “entrega” a los huéspedes, y su buen comportamiento con todas las criaturas. Y esto, se extendía a todo individuo, sin importar color, procedencia o raza.
En su corazón, operaba un sismógrafo que medía la fuerza de su afecto más alto y que era sensible, además, al sufrimiento humano.
La casa [tienda] de Abraham tenía cuatro entradas: una puerta en dirección a cada punto cardinal. Pero, ¿a qué se debía? Pues, para que la persona necesitada, la persona hambrienta, que viniera en búsqueda de un trozo de pan, no tuviera que molestarse en dirigirse a la puerta principal de entrada, para que no perdiera minutos preciados, para que su hambre no se prolongara más tiempo… tal vez para que su hambre no fuera eterna, sólo por cuestión de unos segundos…
Aprendamos de esa cualidad de Abraham, que a pesar de estar recién circuncidado, estaba a la entrada de su tienda, atento y dipuesto siempre a ayudar a los demás. Un hombre ejemplar…
En momentos tan difíciles, tratemos de imitar esta cualidad de nuestro primer patriarca.