“Adám nikrá holej…”. Al ser humano se lo llama “caminante”, al decir de nuestros maestros -de bendita memoria-. Mientras vive, camina.
Su andar, a veces lento, otras veces rápido, lo acerca -o por el contrario-, lo aleja de los objetivos que se propuso. Pero nunca lo deja de definir como humano. “Al andar se hace camino” decía el poeta contemporáneo, y es cierto.
Se produce, por así decirlo, una suerte de simbiosis: ‘hombre – camino’ y a partir de ella las infinitas sendas de la vida, las cuales transitamos y desandamos, pero que en síntesis nos demuestran nuestra condición peculiar en la tierra, en el mundo creado por el Todopoderoso… “Col makóm asher tidroj kaf raglejém…” se les anunciaba a la generación de la conquista de la Tierra de Canáan: ‘Todo lugar, todo espacio quelas plantas de vuestros pies hayan de pisar’, “lajém netativ”, ‘a vosotros os seráconcedido’, concluía la promesa.
Si para el poeta “andar es hacer caminos”, para nuestra Torá, el andar es procurarme un lugar, es hacerlo mío, es -por último-, el trazar infinitas sendas que me llevan hacia algo, una dirección, un propósito… “Caminos para…” .
Nosotros, como pueblo judío, como herederos de una tradición, sabemos de esto. Conocemos la experiencia. Arenas y polvo de la tierra fueron en su momento, lo que el duro asfalto y los fríos adoquines en otros, testigos silenciosos -y hasta impiadosos- decaminantes sin caminos. Sin destinos… Sin motivos…
Porque -ya lo dijimos y permítanos enfatizarlo- si el ser humano es llamado “caminante”, lo es con un propósito. Con destinos claros. Con motivaciones contundentes.
Por cierto todo ello no evitará los obstáculos. Los imprevistos están a la vista. Todos los caminos, todos, presentan sus dificultades, sus tramos, sus enredos. Pero hay que transitarlos. Para superarlos. Para superarnos.
“Salió Iaacob de Beer Sheva, y se dirigió a Jarán”. Hay un hombre, hay un joven, con todos los caminos por hacer, y que -por mandato de su padre-, emprende uno de ellos.
Las geografías son bien definidas. Aquí, Beer Sheva; el corazón meridional de una tierra de promisión y ciudad de Abraham y de Itsjak, sus padres.
Allende el Jordán, Jarán, una antigua ciudad, escala de su abuelo Abraham en sus caminos hacia Canáan. Pero desconocida.
Salir de un lugar para arribar a otro. Parece todo tan común, tan normal, tan simple…Una rutina, diríamos. Como la nuestra, la de todos los días. Y todo parece preparado como para que los caminos -ya hechos-, puedan ser andados por el joven Iaacob, y así, ‘volverlos a hacer’, ahora, con sus propias huellas…
Sin embargo: “Vaifgá bamakom, vaiálen shám, ki bá hashemesh…” dice el versículo que continua a su partida. Si lo intentamos traducir por su sentido literal, deberemos decir que se encuentra con un lugar, donde el sol se pone, de imprevisto, y debeIaacob dormir allí.
Los viajes largos requieren escalas, parece insinuarnos nuestra Torá. Esta escala, ofrece atractivos muy particulares: la capacidad de soñar, de entrever presente, pasado y futuro, el ser acreedor de La Palabra del D’s de sus padres, el ser merecedor de Una Promesa y de un Compromiso…
Cuando se hacen los caminos, el Todopoderoso no deja al hombre librado al azar. Lo acompaña. Le protege. Le resguarda. D’s, cuida al hombre en todo cuanto él emprenda: “…Ushmartija bejol asher telej” dice nuestra perashá. “Irse a la buena de D’s”, EN EL MEJOR Y MÁS AMPLIO SENTIDO DEL DICHO POPULAR…
“A Sus ángeles Te encomendará, para cuidarte en todos tus caminos”, canta el rey David en sus Tehilím.
Así se presenta el sueño de Iaacob. Con ángeles que suben y bajan. A lo largo de una escalera, tendida entre cielos y tierra. Escuchamos de boca del Gran Rabino -Rishón Le Tsión- Mordejai Eliahu que nosotros, las personas, somos mejores que los ángeles. ¿Por qué se pregunta? “…Porque por cada mitsvá -buena acción- que hacemos, logramos se forme un nuevo ángel en las alturas”.
Por lo tanto, por cada paso que habremos de dar en la vida, deberemos considerar su lado ético, su aspecto moral, se sentido de elevación.
Los primeros ángeles son los que suben por la escalera. Según nuestros sabios eran “los malajím -ángeles- de Erets Israel” que lo dejan a Iaacob. Sus mitsvot, aquellas que cumplió, observó y abrazó en la tierra de sus padres, le han posibilitado semejante acompañamiento… Al decir del Gran Rabino, estos que subían, eran multitudes… Pero los que descendían… eran pocos, muy pocos.
Concluía el Rab Mordejai Eliahu su enseñanza, diciéndonos, que esta perashá empieza con ángeles y concluye hablando de ellos. Así está escrito que cuando Iaacob regresa por fin, a la tierra de sus padres tras difíciles y angustiantes 20 años, antes de cruzar el mismo río que lo vio partir, se topó ya no con el sol en su ocaso, sino con una gran campamento de ángeles servidores del Altísimo. “…Dijo Iaacob cuando los hubo divisado: ¡Un campamento de Elokím es esto! Y llamó el nombre del lugar: Majanáim (dos campamentos)”.
El sueño se tornaba realidad. La escalera dejaba a todos los ángeles en tierra. Iaacob, el hombre, hacía su camino. El camino de sus días, de la vida, transcurría por los hechos. Actos, normas, que hacían multiplicar ya no sólo las vidas reales, sino el imaginario de la Presencia Divina: Sus malajím, Sus ángeles servidores, que corrían presurosos al encuentro de Iaacob, nuestro patriarca…
“Iaacob nikrá BAIT…” aseveran los sabios del Talmud. Iaacob es el HOGARmismo, la casa, el espacio primero, el palacio último para la esencia constitutiva del judaísmo.
“Bet Iaacob”, la Casa de Iaacob, es mucho más que una expresión. Es el camino. Son los hechos. Es la Torá llevada a su plano de realización tangible, palpable…
Es, al lugar, donde cada shabat, invitamos-al menos por contados minutos- a los malajím, a esos seres celestiales, servidores del Altísimo, aunque creados sólo, a partir de mi buena acción, mi buen pensamiento, mi mejor actitud…
Que nuestras casas estén colmadas de estas visitas, no sólo en Shabat. Que nuestras vidas estén surcadas por caminos en nuestro andar. Que todos nuestros caminos, nos conduzcan por fin, a aquellos lugares que nos proponemos. Y con “retorno” asegurado.
Nada mejor que eso.