הרב דר. מרדכי מערבי, תשס”ה

Hay días claros y los hay oscuros. Sin embargo, ello no depende tan solo del sol ni de la luna. Sino y por sobre todo, de cuánto hacemos por verlos de una manera u otra. No tenemos algunas veces, no podemos las más, la suerte de reparar en esos momentos en los cuales un rayo de luz invade las almas y los cuerpos, indicándonos qué hacer, cómo hacer y cuándo.

La oscuridad ha sido patrimonio del mundo de la Creación misma. No obstante ello, la Luz fue lo primero obrado por D’s. No para producir contrastes. Ni tampoco para crear antagonismos. Ni siquiera para efectos especiales. Sino que para hacernos saber que la Luz es posible y ella proviene de Él y debemos permitirle ingresar – así como cada amanecer de la naturaleza -, permitirle entrar en nuestras vidas.

¡Pero qué difícil resulta! Si a cada rayito de luz se le antepone un gran cono de sombras. Decimos que queremos salir de nuestras cosas. Pero no podemos. Decimos que hacemos todo cuanto nos recomiendan. Pero no alcanza. Decimos – y es verdad- que no es tan fácil ni tan simple, ni tan gratuito, proponerse buscar soluciones, cuando habitamos en medio de una sociedad que todo lo resuelve ¡rápido! ¡ya!…Y tenemos razón.

Sumirse en negros es no aceptar que hay blancos. Combinarlos, es vivir entre grises. Desecharlos, es perder noción del color de la vida, que se tiñe a veces, como en estos días de tonos rutilantes, encandilantes, aburridos y agotadores. ¿Cómo entonces hallar el remedio? ¿Cómo lograr – por ejemplo- que mi esposo me entienda y no que me “atienda”? ¿Cómo encontrar un espacio entre mis amigos, donde al habitual “estar bien” de rutina, lo estemos realmente? ¿Cómo le digo a mi hijo, que no soy todo el poderoso que imagina, y que lentamente me sumerjo en un pantano de deudas y acreedores que me agotan hasta en mi gratuita capacidad de ser padre?

Muy poca luz para semejantes claroscuros (“atención”; “estar bien”; “poderoso en desgracia”; “ser padre”) que ocupan mi vivir cotidiano. ¿Cuál es el bálsamo para todo ello? ¿Lo hay?

Claro, ahora usted espera al Rabino. A la Torá. A la sabiduría que de ella emana. Y tal vez, tal vez, la receta mágica. O una mágica poción. Aquel cantito con el cual se llenaban nuestros oídos: “sana, sana…”. Pero, ¿Sana de verdad? ¿Cuándo: hoy o mañana? Pero, ya sea que somos más grandes y no nos la creemos, o porque la “colita de rana” no nos convence como antes, necesitamos de algo más…¿Qué más?

Y creemos que nos falta la palabra, por un lado, que nos defina, y el oído – por el otro- que la escuche. Para la primera, el ejercicio debe ser interior. Pero lo segundo, mi querido lector, lo segundo: ¡eso sí que es difícil!! ¿Poder tener alguien quien me escuche -y que no cobre por ello-? ¡Vaya si de misión imposible me habla! Sin duda es la reiteración de una serie exitosa, que cambia siempre los protagonistas, los nombres, aunque la esencia es la misma. Apenas ingresados en el ‘nuevo’ milenio, en todo hemos progresado, hasta en la sordera espiritual…

Hablamos de “prestar” oídos, al mejor estilo bíblico (¿vio que la Biblia siempre aparece, por fin?). Prestar oídos, eso es, ni más ni menos. ¿Que significa? Vea: Escuchar; atender; entender; calmar; comprender; dar paz; disentir; ayudar; curar…¡Mire cuántas funciones cumple nuestro órgano auditivo!

Escuchar – “Shemá Israel” – surge como imperativo en la vida del individuo y del conjunto. Oír para ser oído, es poder cruzar una y mil veces océanos de silencio y de incomprensión, que han crecido en las aguas de la apatía y la indiferencia, ahogando con sus alturas, los intentos fútiles de tantos y cuántos seres queridos.

Sólo después del “Shemá”, se empieza a pronunciar: “Veahabtá…” : Amarás…A D’s, a los hombres , a los tuyos. Un amor responsable. Porque ser responsable, es tener respuestas. Tener respuestas, es ante todo, poder atender a la pregunta. Escuchar. Prestar nuestros oídos. Regalarnos y regalarle al otro, lo más hermoso que tenemos y que nos pertenecerá por siempre mientras estemos vivos: el tiempo; los días; las horas…Aún los contados minutos que disponemos para ser humanos. Más humanos…

Estamos en Shabat donde uno de los temas centrales es Kedoshím, tal el nombre de la perashá que compartimos. “Santos”, “Consagrados”, “Con Presencia”…Nos lo pide la tradición bíblica el alcanzar esta dimensión.

La santidad que emana del Creador, “baja” a tierra. Se conecta con el hombre. Se transmite a su cuerpo. Se inicia con su alma. Ser santo para la Torá, es hacer por el otro y por mí…Desde mi perspectiva, pero tomando en cuenta la necesidad del otro, que es diferente a mí, por cierto…

“Amarás a tu prójimo – próximo como a ti mismo” está escrito en la cúspide de nuestra perashá. Lo dijo D’s, el Creador, Nuestro D’s…ningún otro…Evitemos suspicacias. El amar a ese otro, es saber lo que necesita, nada más. No tan sólo decirle hasta el cansancio cuanto yo lo quiero. Pues eso no es suficiente.

Ahí está la luz. La primera y la última. Allí es el faro del mundo, desde donde se lo ilumina. Amar es dar, prestar: ojos y oídos. Ojos para ver, oídos para descubrir… Y si no hay lugar para ello ya en nuestro mundo, entonces, ya habremos elegido el tono de color; ya habremos decidido que parte del día es; ya habremos entendido el por qué no podemos, por qué no alcanza y por qué todo es insuficiente…Y si llega a ser así, en este mundo que D’s creó y al cual sacó de sus oscurantez y negrura, entonces, el último, por favor, que el Ultimo Apague la Luz…

Rabbi Maarabi is the Chief Rtabbi of Uruguay